Formación masónica



ARA

Es el Altar de los Juramentos donde se ejecutan los actos más solemnes de la Masonería. Es uno de los principales símbolos de la Orden, imprescindible en toda logia. Sobre ella se colocan las Tres Grandes Luces emblemáticas de la Francmasonería: El Volumen de la Ley Sagrada, la Escuadra y el Compás




CADENA DE UNIÓN


Consiste en un cordel con 12 nudos, llamados «lazos de amor» que corresponden a los signos del Zodíaco, marco del Cosmos. Rodea la parte superior de la Logia, y, operativamente, se utilizaba para «encuadrar» el edificio (representación del Cosmos) proyectando sobre la Tierra el marco celeste. Como sucede en todo marco, sirve para mantener en su sitio los diversos elementos que contiene formando con ellos un todo ordenado.

La «cadena de unión» designa también el ritual efectuado al final de cada tenida. Constituye una expresión de naturaleza iniciática del proceso de espiritualización del Templo que, además, aparece mencionado en el Nuevo Testamento, donde se asimila la comunidad espiritual de los creyentes con el Templo de Dios (I Co 3: 16-17; 6: 15-19). Así pues, la «cadena de unión» es el símbolo de la Unidad y de la reunión de los iniciados alrededor de la Shekinah, de la que los Tres Pilares son el soporte de su manifestación.

La forma de unirse que tienen los iniciados en el rito de la Cadena de Unión (brazo derecho recubriendo el izquierdo) refleja la formación del tejido cósmico. En el Compagnonnage, los iniciados «tejen» la cadena de alianza que sirve para «ligar todos los corazones». Esta cadena es oscilante y gira lentamente en sentido solar. El hecho de que en masonería se saquen los guantes hace pensar en que se retira todo obstáculo que impida la unión de los iniciados; en el Compagnonnage, uno de los iniciados entona el canto les Fils de la Vierge, siguiéndole el resto del grupo. 

Extractado de: Alexis Hatman, Diccionario Masónico, Barcelona, 2007.


CUADRO DE LA LOGIA DE APRENDIZ


Cuando se abre una logia al grado de Aprendiz, es indispensable dibujar un "cuadro" en el que se encuentren los símbolos esenciales de la masonería. Una logia, por otra parte, se considera existente en cuanto el cuadro ha sido dibujado. En él se vee la escuadra, el compás, las dos columnas, la puerta del templo, el sol y la luna, el nivel y la perpendicular, el enlosado de mosaico, la piedra en bruto y la piedra cúbica, las tres ventanas enrejadas y el triángulo. De acuerdo con la regla tradicional, el cuadro debe trazarse a mano; los masones están de pie y mantienen el más profundo silencio. Sus manos convergen hacia la mano de quien dibuja los símbolos. Los masones, por consiguiente, recrean un espacio sagrado en el que se mueven sus pensamientos.

Al final de cada "sesión" el cuadro se borra . la logia se disuelve y regresa a la nada. Más exactamente, la logia material se esfuma por algún tiempo mientras la comunión fraterna creada durante la reunión comienza a actuar en el alma de cada masón.

Extractado de: Christian Jacq. La Masoneria. Historia e iniciación. Madrid 2004.


DELTA MASÓNICO



Consiste en un triángulo que contiene inscrito el nombre del Tetragrama hebreo, o un yod, que se puede considerar como su abreviatura (a veces, en hebreo, se lo representa por tres yod, que dispuestos triangularmente, corresponden a los tres puntos de la Masonería). En ocasiones el yod está reemplazado por un ojo, que se designa como «el Ojo que todo lo ve».

Ocupa siempre una posición central, y el hecho de encontrarse entre el sol y la luna lo relaciona con la idea del «tercer ojo», que todo lo ve en el eterno presente, pues ambas luminarias representan los ojos del «Hombre Universal»; y en especial conexión con el simbolismo masónico hay que señalar que los ojos son propiamente las «luces» que iluminan el microcosmos.


Siendo el yod la menor de las letras del alfabeto hebreo, de ella derivan todas las demás; presenta el doble sentido de «principio» y «germen». En el mundo superior es el principio que contiene todas las cosas; en el mundo inferior, es el germen, contenido en todas las cosas.


El triángulo recibe la denominación de «gloria» (rodeado de rayos), palabra que es una de las designaciones de la Shekinah, que en algunos rituales masónicos antiguos recibe el nombre de Stekenna. 


Además de asimilarse a la Santísima Trinidad, igualmente debe ser asimilado a la expresión geométrica de la Unidad principal, de donde proceden dos términos complementarios necesarios a toda «diferenciación» sobre el plano cósmico. 


El hecho de que la Logia de Aprendiz esté «esclarecida» por el Delta (3 puntas), mientras que la de Compañero lo esté por la estrella flamígera (5 puntas), simbolizan la manifestación «lineal» (geometría unidimensional) y la manifestación «en superficie» (geometría bidimensional). Esto concuerda perfectamente con la marcha de cada grado masónico. 



Extractado de: Alexis Hatman, Diccionario Masónico, Barcelona, 2007.


ESTRELLA FLAMÍGERA


Situada entre el Compás y la Escuadra, la estrella flamígera es el símbolo del «hombre primordial» o Maestro Masón. Sus cinco puntas aluden al simbolismo del 5, número del «microcosmos». Su forma es idéntica al Pentalfa pitagórico.


Por el número 5 se asocia también con el grado de Compañero, y aparece en el centro de los Cuadros de Logia de este grado por simbolizar «la plenitud del estado humano». Igual que la rosa de cinco pétalos evoca el acceso al quinto elemento (Éter) oculto en la cavidad del corazón. La estrella flamígera recuerda «al fuego que ardía sin cesar ante el Santo de los Santos», y representa «el Soplo divino, el fuego central y universal», el «Sol del universo».


La Estrella flamígera sólo puede identificarse con la estrella polar que a veces se representa por la pomada que pende del techo-cielo de la logia. La estrella flamígera, centro de la Logia, constituye el punto de acabamiento del eje vertical que parte de la estrella polar. Así, la Estrella Flamígera aparece como la manifestación divina, la Shekinah, que simultáneamente, puede verse por encima de nosotros como polo del mundo, centro de la Logia y de nosotros mismos.



Extractado de: Alexis Hatman, Diccionario Masónico, Barcelona, 2007.


GRADOS SIMBÓLICOS


La masonería tiene tres grados. cada uno de ellos enseña una lección espiritual distinta:

Primer grado. Se conoce como el grado de Aprendiz (albañil u obrero). Ayuda al iniciado a desarrollar la mente racional y a controlar los impulsos irracionales de la carne. para conseguirlo le proporciona una estructura en la que fijar el pensamiento a través de símbolos y herramientas espirituales, así como una serie de posturas físicas. Cuando ha adquirido el dominio suficiente sobre las mismas y tiene conocimiento de las enseñanzas que le han impartido, el iniciado puede obtener el segundo grado.

Segundo grado. Se denomina Compañero Hermano del Oficio (oficial o constructor). la enseñanza impartida ayuda a equilibrar el intelecto y las emociones para reconocer la verdad y discriminar entre las necesidades urgentes de la carne y la verdadera voz del espíritu. Al nuevo hermano le enseñan nuevas posturas y se le suministran  más herramientas y símbolos para fortalecer su mente racional. Solo cuando esté listo podrá descubrir el resplandor de la estrella de la verdad: se trata en realidad de un símbolo espiral que enseña cómo acercarse al centro. las posturas aprendidas en este proceso afectan al cuerpo y ayudan a controlar las emociones. Antes de dar el paso hacia el tercer grado es preciso haber aprendido a desprenderse del ego y de la autocomplacencia. 

Tercer grado. Se obtiene el sublime grado de Maestro Masón (patrón o arquitecto) y para ello hay que dejar morir el ego y la mente racional. Enseña cómo vivir aceptando la realidad de la muerte propia. El adepto se coloca en la línea Este-Oeste del amanecer del equinoccio vernal al inicio del ritual. A lo largo del mismo se revisan brevemente los pasos que ha ido dando hasta llegar aquí: se le recuerda que llegó en un estado de oscuridad y pobreza espiritual, pero que consiguió superar la fase de masón aprendiz, en la que se le mostró la existencia de una luz espiritual y se le entregaron herramientas (posturas, símbolos, etc.) para desarrollar la mente racional y equilibrar el intelecto. tras superar las nuevas pruebas del grado dos -Compañero de Oficio- que le prepararon para el descubrimiento de la resplandeciente estrella de la verdad, ahora intenta acceder al tercer grado, para lo cual debe aprender a liberarse del ego y de la autocomplacencia. Para conseguir tal objetivo  se le invita a meditar sobre su extinción física, el reto final de todo ser humano, y a superar su miedo: el auténtico masón no siente miedo a la muerte.

Isabela Herranz. Revista Más Allá nº 58.


GRADO DE APRENDIZ O EL ENCUENTRO CON UNO MISMO 


Tenemos en nuestra sociedad tres clases de hermanos: los novicios o aprendices, los compañeros o profesos, los maestros o adeptos…. A los primeros se les enseñan las virtudes morales o filantrópicas, a los segundos las virtudes heroicas o intelectuales, a los últimos las verdades sobrenaturales o divinas (El caballero Ramsay, carta dirigida al Marqués de Caumont en 1737).



Según algunos textos de la época, el objetivo de la iniciación consistía en hacer tomar conciencia de lo efímero de la vida y de la misión que el hombre tenía sobre la tierra. Con la permanencia en la cámara de reflexiones se quería simbolizar que el hombre llegaba a la masonería desde una sociedad profana en la que reinaba la envidia, la vanidad, la discordia y otras pasiones que le esclavizaban, por lo que debía librarse de esas deformaciones con la ayuda de la ciencia, la virtud y el trabajo y así alcanzar la libertad, sinónimo de felicidad.



El efecto psicológico que se ejercía sobre el neófito en la cámara de reflexiones era sumamente importante para que la iniciación fuera eficaz, la ceremonia de iniciación debía turbarle. La iniciación tendía transformar radicalmente su ser, de suerte que tras haber sufrido y vencido no fuera el mismo que antes.

Tras esta primera etapa el recipiendiario, con los ojos vendados, era conducido al templo. Además debía llevar desnudos la pierna derecha y el brazo y la parte izquierda del pecho. Esta apariencia física indicaba la necesidad de despojar al hombre de sus preocupaciones y falsas ideas, para revestirlo de un alma nueva y de nuevos sentimientos. Significaba que el hombre no era casi nada sin el auxilio de sus semejantes; y que no eran necesarios los vestidos y el dinero sino, la virtud. Con ella el hombre adquiría verdadera forma humana. Pero además de esa manera de ir vestido cercenaba su arrogancia e instintivamente le hacía volverse hacia sí mismo, acentuaba la posibilidad de percibir sensaciones a través del sentido del tacto.

El tener inutilizada la vista hasta el final de la ceremonia de iniciación aumentaba la concentración y la capacidad de escucha, obligando a prestar atención principal a las percepciones captadas por otros sentidos, como el gusto y el tacto. El lenguaje oral se convertía en la vía preeminente de transmisión de mensajes y el oído en el sentido básico para la orientación. El Venerable explicaba al neófito invidente que la venda servía «para dirigir la vista hacia la propia conciencia» y que ésta era «la luz interior que nos iluminaba acerca de nuestros deberes».

En las condiciones físicas descritas el candidato realizaba tres viajes consecutivos alrededor de la logia. En el primero el aire figuraría como elemento simbólico central y en los siguientes lo serían el agua y el fuego sucesivamente.

Durante el primer viaje, bajo la impresión del estrepitoso ruido producido intencionadamente por los hermanos participantes en la iniciación, el neófito tropezaba con numerosos obstáculos colocados a su paso, que, a oscuras como estaba, sólo podía salvar con la ayuda del Experto. A continuación el Venerable, tras preguntar sus impresiones al neófito, le impartía una breve lección magistral como la siguiente: «Este viaje presenta el conjunto de pasiones, guerras, traiciones y desgracias que turban la paz del mundo profano de donde venís; los obstáculos que habéis encontrado en el camino habrán traído a vuestra memoria las infinitas dificultades que se presentan al hombre en el logro de sus mejores propósitos; las luchas interminables que ha de sostener para librarse de los venenosos halagos del vicio; la confusión y el desorden que siembran por la tierra las ambiciones y envidias cuando no se sienten satisfechas en sus deseos. He aquí el estado de la sociedad a la que pertenecéis. ¡Sólo ofrece al hombre virtuoso el espectáculo horrible de las continuas agitaciones del desenfreno, del privilegio y del error! En la Masonería todo cambia. La paz y la armonía reinan en ella y la virtud regula sus acciones» (C. Ruiz, Ritual del Aprendiz…, o. c., pp. 47-48). Esta interpretación se repetía, casi al pie de la letra, en otros rituales localizados (por ejemplo, Orestes, Manual..., o. c., pp. 37-38).

El primer viaje venía a representar el espacio sentido por el hombre en su quehacer diario. El hombre andaba ciego ante los desequilibrios sociales y sólo la virtud podía restablecer el reinado de la armonía y de la paz. Pero para alcanzarlas era necesario lograr primero la armonía individual, por eso se imponía un enfrentamiento consigo mismo para purificarse. Este objetivo, que debía perseguirse durante toda la vida, exigía una inquebrantable fuerza de voluntad. La fotografía de la ética individual encajaba con la imagen del negativo descrita en el tipo de vicios a rechazar: el orgullo y la vanidad, la avaricia, la envidia, la cólera, la gula, la lujuria y la pereza.

El segundo viaje se realizaba con menos ruidos y obstáculos que el anterior. Los únicos sonidos que se podían percibir eran los producidos por algunos rumores sordos o por algunos chasquidos o cimbreos de espadas. El viaje se coronaba haciendo sumergir al recipiendiario las manos en una vasija con agua, a modo de purificación simbólica. En este viaje se resaltaba la importancia de la tenacidad en la práctica del bien y representaba el abandono de las doctrinas erróneas: «Habéis hecho este viaje más rápidamente que el anterior, escasos obstáculos se han opuesto a vuestra marcha y los habéis vencido con gran facilidad: esto os representa las ventajas que obtiene el hombre cuando es constante en sus propósitos. Habéis sido purificado por el agua: procurad que este agua borre cuantas preocupaciones y erróneas doctrinas abriguéis» (C. Ruiz , Ritual del Aprendiz…, o. c., pp. 52).

Después de la purificación por el agua, y antes de comenzar el tercer viaje, se solía someter al candidato a la prueba moral de la sangre y del hierro candente. El objeto de la misma era pulsar su capacidad de entrega y mostrar la aversión de la masonería hacia la violencia. De nuevo se provocaba la turbación del neófito y se le asociaba la percepción física al concepto moral: «Ahora necesitamos extraeros una pequeña cantidad de sangre para que firméis con ella vuestra promesa de fidelidad. ¿Estáis dispuesto a sufrir dicho dolor? ». Tras una breve simulación en la que el Venerable ordenaba a un hermano extraer sangre del candidato, el resto de hermanos pedían clemencia, gracia que era concedida. El Venerable continuaba: «Los aquí reunidos creen que vuestra sangre debe conservarse para mejores fines; vemos que no tenéis inconveniente en prestarla, y esto nos prueba vuestra generosidad. Por otra parte, la Masonería aborrece el derramamiento de sangre y busca por todos los medios desarraigar los errores y fanatismos que ensangrientan la tierra» (C. Ruiz , Ritual del Aprendiz…, o. c., pp. 53). A continuación el Venerable preguntaba al candidato a si estaba dispuesto a ser marcado en su cuerpo con un hierro candente. Ante una nueva petición de gracia por parte de la logia, continuaba: «No necesitareis ninguna señal sobre vuestro cuerpo para que los masones que pueblan la tierra os reconozcan todos como Hermano; vuestras nobles acciones, vuestra lealtad, vuestro amor a la causa de la justicia, les mostrará siempre que los sois» (C. Ruiz , Ritual del Aprendiz…, o. c., pp. 54).

En el tercer y último viaje, realizado ya sin ruidos ni obstáculos, se conducía al recipiendiario cerca de una llama hasta hacerle sentir el calor del fuego con cierta intensidad, pero sin quemarle: «Caballero, estas llamas que acabáis de atravesar os indican que al masón no le arredran las persecuciones y suplicios que pueda sufrir por la predicación constante de la verdad. En este viaje no habéis encontrado ningún obstáculo; ya que llegáis al fin de vuestra iniciación. Hasta aquí todo ha sido simbólico, ahora empieza la realidad... Ojalá que este fuego material del que habéis sido circundado, encienda para siempre en vuestro corazón el amor hacia vuestros semejantes, y que la caridad presida vuestras obras y palabras; no os olvidéis jamás de una moral tan sublime, moral común a todas las naciones»(C. Ruiz , Ritual del Aprendiz…, o. c., pp. 55).

A continuación, y todavía en ausencia de la vista, se iba a recurrir al sentido del gusto. Para tal efecto se hacía beber al neófito de una copa de agua amarga y de otra de agua dulce. El sentido de este gesto expresaba las amarguras debido al egoísmo, pero reflejaba también la serenidad que procuraba la conciencia satisfecha con el deber cumplido y la dicha que proporcionaba la ayuda de los hermanos.

Seguidamente se procedía a efectuar el juramento de no contar a ningún extraño los detalles del ritual y ciertos signos de reconocimiento, algo que por otro lado era común a otras sociedades iniciáticas. Tras la lectura del juramento hecha por el Venerable, los hermanos participantes en la ceremonia pedían la luz para el neófito. Inmediatamente se procedía a quitarle la venda y se descubría rodeado de hermanos que le apuntaban con sus espadas hacia el pecho desnudo.

A continuación el Experto conducía al neófito al altar de los juramentos para que ratificase sus promesas sobre las tres grandes luces de la masonería: la Biblia, la Escuadra, y el Compás. Luego el Venerable proclamaba oficialmente al neófito aprendiz masón, entregándole un par de guantes blancos y ciñiéndole un mandil, blanco también, símbolos del trabajo y de la pureza de intenciones (C. Ruiz , Ritual del Aprendiz…, o. c., pp. 57). Por último se le comunicaban ciertos signos, palabras y toques correspondientes al grado, que debía guardar en secreto.

Ahora bien, el trabajo educativo intramasónico no terminaba en el rito de iniciación, sino que, por el contrario, ésta constituían tan sólo el comienzo del mismo. Los densos contenidos de la enseñanza esotérica debían ser desmenuzados y comentados tras la experiencia iniciática. Para ello se celebraban periódicamente las denominadas tenidas de instrucción o reuniones de estudio de la doctrina masónica. El desarrollo de las sesiones respondía a un esquema prefijado y durante el mismo los participantes tenían ocasión de leer trabajos intelectuales, que eran escuchados y debatidos posteriormente por el resto de la logia. En las tenidas masónicas, en las que todo estaba reglamentado para impedir abusos en el uso de la palabra y para educar en el diálogo y en el respeto a las opiniones de los demás cuadro aprendiz Alemania mitad XVIII. 

Extractado de: Pedro Álvarez Lázaro S. J. (Universidad pontifica de Comillas), La Masonería Escuela de Formación del Ciudadano. La educación interna de los masones españoles en el último tercio de siglo XIX, Madrid, 1996, pp. 202-223. 

Bibliografía citada:

- A. Cassard, Manual de la Masonería. El tejador de los Ritos Antiguo Escocés, Francés y de Adopción, Barcelona, 1871.

- Orestes, Manual del Past´Master, Madrid, 1871.


- C. Ruiz, Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Ritual del Aprendiz masón precedido por un breve estudio del Grado, Madrid, s/f.


GRADO DE COMPAÑERO O LA ETAPA ILUSTRADA

El aprendiz masón, tras cubrir el periodo de tiempo necesario para meditar serenamente sobre la enseñanza propia de su grado, era ascendido al grado de compañero en una nueva ceremonia ritual (F. del Pino, Manual del Grado de Compañero Masón, o. c. p. 35).

Durante el rito de ascenso al grado de compañero el aspirante debía realizar cinco viajes alegóricos en el interior del templo, rememorando los viajes que emprendían los masones medievales por Europa para perfeccionar su arte. Algún ritual también los asociaba a los cinco años de silencio que Pitágoras exigía a sus discípulos para que, fortalecidos con la meditación y la experiencia, pudiesen a su vez enseñar mejor y hacerse más dignos de los que les escuchaban. Para realizar los nuevos viajes el candidato a compañero disponía desde el primer momento del sentido de la vista. Si bien una buena parte de la nueva enseñanza seguía transmitiéndose por vía oral, ahora era reforzada por códigos escritos y por un interesante aparato iconográfico. Los sentidos del gusto y del tacto, que habían sido importantes cauces de percepción durante la ceremonia de aprendiz, quedaban solapados; y el oído dejaba de ser el principal canal de conocimiento para tener que compartir dicha primacía con la vista. Al no existir, por otro lado, los efectos sorpresa durante los viajes, la atención podía concentrarse más en un trabajo de asimilación mental.

Los cinco viajes alegóricos mostraban sucesivamente:

1) La importancia de los sentidos corporales en la adquisición de conocimientos;

2) El interés estético de los órdenes arquitectónicos;

3) La necesidad del conocimiento científico-técnico;

4) La utilización y trascendencia de la filosofía y los filósofos;

5) El sentido del templo masónico como símbolo del universo.

El primer viaje representaba el primer año de estudios del neófito, que debía emplearse en conocer la calidad de los materiales con que se iba a edificar el templo simbólico y la manera de prepararlos. A tal propósito se le entregaban un mazo y un cincel para «quitar del alma las asperezas de la ignorancia y grabar en ella los principios inmutables de la masonería» (J. Ruiz, Ritual del Compañero…, o. c., p. 43). El primer material a preparar era el propio masón, por lo que se imponía el conocimiento de sus sentidos que le permitían «relacionarse con el mundo exterior y despertaban la actividad de las facultades del alma» (J. Ruiz, Ritual del Compañero…, o. c., p. 43).

En el segundo viaje el mazo y el cincel se sustituían por una regla y un compás. Con la regla se indicaba que el masón debía ser justo, equitativo y recto en sus relaciones con los demás; y con el compás venía representarse la sabiduría, la prudencia y la circunspección. Avanzado en la ceremonia se obligaba a realizar un tercer viaje al iniciando, en el que se le entregaban una regla y una palanca. La lección principal de este tercer viaje consistía en hacerle comprender que la enseñanza de las artes liberales estaba llamada a dirigir la acción de las facultades humanas. El Venerable, en presencia de grabados que representaban las distintas ciencias y artes, explicaba elementalmente el objeto científico de las siguientes materias: Gramática, Retórica, Lógica, Aritmética, Geometría, Astronomía y Música, incluyendo en algunos rituales Trigonometría, Navegación, Arquitectura, Agrimensura y otras varias técnicas y ciencias. Este tercer viaje era un verdadero canto al poder de la ciencia y del arte, en cuanto tenían de humanizador frente a la ignorancia que esclavizaba a los pueblos, por ello los grandes científicos y artistas se presentaban como verdaderos modelos de identidad al futuro compañero.

Para realizar el cuarto viaje se proveía al recipiendiario de una regla y de una escuadra. En el lenguaje de metáforas arquitectónicas propio de la masonería, estos instrumentos servían para colocar unas piedras talladas junto a otras de forma que sus aristas coincidiesen. De nada serviría poseer los conocimientos y virtudes si no se colocaban unos junto a otros, para que el vicio y la duda ignorante no encontrasen huecos donde poder ocultarse. Dicho de otro modo, después de haber estudiado las artes liberales, la cuarta etapa de los trabajos del compañero debía empezar con la aplicación de estos conocimientos en bien de la sociedad (E. Caballero de Puga, Ritual Escocés del Compañero…, o. c., p. 38). En el cuarto viaje se presentaban los nombres de Solón, Sócrates, Jenofonte, Platón, Licurgo, Pitágoras. La selección de nombres obedecía, a que eran filósofos que habían creado escuelas o academias, en cierto sentido iniciáticas, para exponer su filosofía esotérica.

Durante el quinto y último viaje el aspirante llevaba las manos libres sin ningún instrumento, pero conservaba durante la ceremonia el mandil de aprendiz. Con ello se quería representar la libertad social, a la que solo debía tener acceso el hombre que trabajaba moral y materialmente en beneficio de sus semejantes. Al terminar el viaje se mostraba al iniciando el cuadro del templo masónico en grado de compañero, que significaba el Universo, verdadero templo del Gran Arquitecto, que sólo era posible construir por medio de la virtud, la ciencia y el trabajo. El Experto llamaba la atención sobre la Estrella Flamígera, en cuyo centro destacaba la letra G. Todos los rituales se esforzaban en dar su versión sobre el significado de esta enigmática letra.

Resulta obvio que la finalidad del grado segundo no podía consistir en que el compañero masón llegase a adquirir el conjunto de todos los saberes, cosa por otro lado imposible, sino en que desarrollase actitudes favorables a su adquisición. Se obligaba a estar abierto de por vida a adquirir nuevos conocimientos intelectuales, según su capacidad y posibilidades, puesto que, en el concepto masónico, el grado de instrucción de un individuo estaba en relación directa con sus posibilidades de perfeccionamiento moral.

Como la información captada por el neófito en esta ocasión era mínima, era complementada por una instrucción posterior mediante nuevas explicaciones y la experiencia en otras representaciones del ritual.

Extractado de: Pedro Álvarez Lázaro S. J. (Universidad pontifica de Comillas), La Masonería Escuela de Formación del Ciudadano. La educación interna de los masones españoles en el último tercio de siglo XIX, Madrid, 1996, pp. 223-240.

Bibliografía citada:

- F. del Pino, Manual del Grado de Compañero Masón. Madrid, s/f.

- J. Ruiz «Alvar Fáñez», Ritual del Compañero Masón. Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Madrid, s/f.

- E. Caballero de Puga, Ritual del aprendiz masón según documentos auténticos y originales ajustados en sus definiciones a los áltimos adelantos de las ciencias filosóficas y naturales, Madrid, 1883.



GRADO DE MAESTRO O EL ESTADIO TEOLÓGICO

El grado tercero, o de maestro, constituía el coronamiento de la iniciación masónica. Se consideran como propios del mismo «los estudios filosóficos y teológicos más elevados, y muy especialmente la inmortalidad del alma».

El núcleo del drama representado en rito de iniciación al grado de maestro giraba en torno a la muerte y resurrección de Hiram, donde quien era iniciado interpretaba al personaje de Hiram del que se ocupa la Biblia en el libro de los Reyes (7, 13-48). Hiram era hijo de un tirio, obrero del bronce, y de una viuda de la tribu de Neftalí. El rey Salomón le contrató para trabajar en construcción del templo. Hiram colocó las columnas delante del vestíbulo del santuario y a la de la derecha le puso por nombre Jakin, y a la de la izquierda Boaz (I, Reyes, 7, 21-22). Jakin era el nombre del gran sacerdote asistente que ofició en la consagración del templo, en tanto que Boaz (Booz) era el bisabuelo del rey David. Otros autores prefieren la traducción hebrea de Jakin: «Él establecerá» y Boaz: «En la fuerza». Palabras que unidas significarían «Dios estableció en la fuerza, sólidamente, el templo». A veces se establecieron atrevidas analogías entre la leyenda de Hiram y la narración de la muerte-resurrección de Jesús, evocando a la vez los mitos de Adonis, Proserpina, Osiris y de otros personajes legendarios.

Según describe la leyenda masónica, el rey Salomón había confiado a un arquitecto llamado Hiram, de origen tirio, la dirección de las conteras para la construcción del Templo de Jerusalén. Este arquitecto fenicio estableció una escala jerárquica entre los constructores que tenía a sus órdenes dividiéndolos en aprendices, compañeros y maestros. Una palabra misteriosa permitía a los maestros reconocerse entre sí y distinguirse de los demás. Un día, cuando Hiram inspeccionaba a solas el estado de los trabajos, tres compañeros criminales le tendieron una emboscada para tratar de arrancarle aquella palabra y, ante su negativa, lo asesinaron. El primero le golpeó con su regla, el segundo con su escuadra y el tercero lo derribó de un mazazo en plena frente. Los masones fieles, al cabo de una búsqueda dolorosa, descubrieron el cadáver en un otero del que brotaba una rama de acacia. La leyenda termina con la resurrección del cadáver de Hiram, gracias a la realización de ciertos gestos rituales. Los criminales de la leyenda representaban la ignorancia, el fanatismo y la ambición, por tanto, la instrucción, la tolerancia y el perfeccionamiento moral debían ser los pilares fundamentales del Templo de Salomón. El edificio a construir, simbolizado por dicho Templo, exigía la muerte del hombre viejo y un renacer de un hombre nuevo.

En distintos rituales, la leyenda de Hiram se asociada a determinadas comprensiones astrológicas, emparentadas con la posición del sol respecto a la tierra. Los tres malos compañeros que asesinaron a Hiram, le impidieron huir del Templo de Salomón cerrándole el paso por las puertas del sur, de occidente y de oriente sucesivamente (J. y C. Ruiz, Ritual del Maestro Masón…, o. c., pp. 58-60). En esos tres puntos le asestaron un golpe con la regla, la escuadra y el mallete, respectivamente, hasta que cayó muerto en oriente. Los tres viajes realizados en la huida eran vinculados a la marcha del sol, que desaparecía en otoño para luego recuperarse en las estaciones siguientes: «Este astro (el sol) recibe el primer golpe a la puerta del Sur, porque su brillo esplendoroso de los días de estío disminuye a la llegada del equinoccio de otoño: a la puerta del Norte recibe el segundo golpe, o sea el decrecimiento progresivo del día, y por fin el golpe mortal a la puerta de Oriente, donde tiene lugar su menor duración o solsticio de invierno. El Sol, con Hiram, muere aparentemente para mostrarse luego con nuevo vigor» (J. y C. Ruiz, Ritual del Maestro Masón…, o. c., pp. 71). Todos los rituales coincidieron en otorgar una dimensión cosmológica al mito de Hiram, personaje al que frecuentemente identificaron con el sol y el triunfo definitivo de la luz.

Con el grado de maestro se cerraba el ciclo formativo de la masonería simbólica, que atendía las tres dimensiones fundamentales del hombre: ética, intelectual y teológica. Los distintos ritos practicados en España se componían de grados superiores variados, que no tenían otra misión que la de hacer comprender el esoterismo de los tres grados simbólicos. Algunos de ellos continuaron desarrollando la leyenda de Hiram, otros se inspiraron en el iluminismo alemán, en el templarismo, en la cábala, en el rosacrucismo o en otros motivos diversos.

Con el fin de evitar confusiones terminológicas entre el cargo de maestro y el grado del mismo nombre, durante el gran maestrazgo del Duque de Clermont el presidente de la logia pasó a denominarse Venerable Maestro.

Extractado de: Pedro Álvarez Lázaro S. J. (Universidad pontifica de Comillas), La Masonería Escuela de Formación del Ciudadano. La educación interna de los masones españoles en el último tercio de siglo XIX, Madrid, 1996, pp. 240-255.

Bibliografía citada:

- J. M. Ragon, Ritual del Grado de Maestro. Barcelona, 1873.

- J. Utor y F. del Pino, Manual del Maestro Masón. Redactado en presencia de los mejores autores antiguos y modernos. Con autorización de la Sapientísima Gran Logia Simbólica del Gran Oriente de España. Madrid, 1883.

- J. Ruiz «Alvar Fáñez» y C. Ruiz «Algebra», Ritual del Maestro Masón. Madrid, s/f.


GRADOS SUPERIORES MASÓNICOS


Los tres primeros grados: aprendiz, compañero y maestro se derivan de logias operativas escocesas “desde tiempos inmemoriales”. Sin embargo, desde hace tres siglos, la tradición masónica abarca otros grados, que añaden un simbolismo complementario de expresión espiritualista y esotérico, la búsqueda del ideal caballeresco, secretos herméticos o misterios divinos.

Es posible que nadie sepa jamás su origen exacto. Se los puede ubicar entre 1730 y 1750, pero prolongan corrientes mucho más antiguas. Desde los albores del siglo XVI, se formaron círculos de estudio del neoplatonismo, del hermetismo del ideal de la caballería medieval, de la cábala o de la religión egipcia. Cuando la coyuntura política impidió la libre investigación, estos cenáculos – que conviene calificar de iniciáticos – se refugiaron en el secreto. Después del hermetismo del Renacimiento, en el siglo XVII se desarrolló otro círculo, el de la Rosa Cruz.

A comienzos del siglo XVIII la francmasonería incipiente ofrecía a dichas corrientes una estructura perfectamente adaptada. La francmasonería de los grados superiores se reveló como un verdadero conservatorio destinado a preservar en el seno de las logias un patrimonio simbólico – caballeresco y hermético – que la aparición de la sociedad moderna suprimió en otros ámbitos. Desde cierto punto de vista, la formación de los grados superiores no fue más que un concretización de las enseñanzas masónicas y de la práctica de los círculos iniciáticos que sobrevivían en forma más o menos subterránea desde hacía varios siglos. Pero, paralelamente a esta pasión se instauró una verdadera confusión. Fue así como, en el segundo tercio del siglo XVIII, un deseo de clarificación condujo a organizar los grados superiores en ritos: el rito de perfección a fines de 1760 (se convirtió entre 1801 y 1804 en el rito escocés antiguo y aceptado); el rito escocés rectificado en 1782 y el rito francés en 1784, el rito egipcio llamado Misraïm hasta 1811, se llamó luego, de Memphis.

Extractado de: Pierre Mollier, Director de la Biblioteca y de los Archivos del Museo de la Francmasonería, Esplendores y misterios de los grados superiores masónicos, en Museo de la Francmasonería, Paris, 2001.



LETRA "G"


Esta letra ha sido considerada como substitutiva del yod hebreo. Su posición es «polar», y se relaciona con la letra I (que para los Fideli d´Amore representa el «primer nombre de Dios»). Por otro lado, en la Cábala el yod se considera formado por la reunión de tres puntos, que representan los tres middôt (dimensiones) supremas, dispuestas en escuadra. 

En algunos rituales de la Masonería operativa, la letra G está figurada en el centro de la bóveda (estrella polar); una plomada suspendida de esta letra G, cae directamente en el centro del suelo, que representa el polo terrestre. En el catecismo de Compañero, la letra G se asocia con la Geometría, ciencia que se identifica con Dios («Gran Geómetra») como con la Masonería (manuscritos antiguos).

La substitución del yod por la G se debe a una asimilación fonética entre yod y God (Dios en inglés).

Cuando aparece en el centro de la Estrella flamígera, representa el principio divino que reside en el «corazón» del hombre «dos veces nacido». Su simbolismo está en relación con el del «nudo vital».

La primera mención escrita del uso en Logia de la letra G se encuentra en la obra de Samuel Prichard, Masonry disected, publicada en 1730. La G, se dice, representa en primer lugar la Geometría, y en segundo lugar «al G.A.D.U.»: Sin embargo, la letra G pronto fue interpretada como «la inicial de God, Dios en inglés». Además, un escrito de 1745, Le Sceau rompu, habla de «la letra G, inicial de Dios en hebreo». Sin embargo, los rituales irlandeses, en el rito de instalación del Maestro, indican que la letra G no significa ni Dios, ni Geometría, sino que sería la inicial de la palabra sagrada del Venerable Maestro, palabra que pertenece a tres tradiciones diferentes.

Citando a Guénon: «La verdad es que la letra G puede tener más de un origen, del mismo modo que incontestablemente tiene más de un sentido; y la propia Masonería, ¿tiene un único origen, o más bien ha recogido, desde la Edad Media, la herencia de múltiples organizaciones anteriores?». 

Extractado de: Alexis Hatman, Diccionario Masónico, Barcelona, 2007.


PIEDRA



En las gestas caballerescas, Arturo demuestra su derecho innato a ser rey de toda Inglaterra extrayendo una espada clavada en una gran piedra cuadrangular situada en el altar del templo, variante de la «piedra de reyes» de la tradición de los Tuatha dé Danam. Todo este simbolismo general de la «piedra de fundamento» remite a la idea axial o «polar» y la espada a un poder viril que hay que extraer de ese principio. También puede significar liberar un poder de la materialidad.


También el Grial aparece como piedra en varios relatos: el lapsit exillis (empleados por Wolfram von Eschenbach) se ha interpretado por los estudiosos como lapis erilis (Piedra del Señor), lapis elixir (elixir alquímico), lapis ex coelis (piedra celeste), pues había sido traído originariamente a la Tierra por un grupo de ángeles. En el Wartburg Krieg, Parsifal encuentra la Piedra (Grial) y en otros él mismo es la Piedra. Igualmete, el Grial, como piedra caída de la frente de Lucifer, remite al simbolismo de las «piedras de rayo» (caídas del Cielo).



Los hermetistas buscan la «piedra» exactamente como los caballeros del Grial. No puede verse ni encontrarse, y sólo los elegidos por casualidad o inspiración la hallan. Además ambos son de naturaleza inmaterial. De esta piedra puede obtenerse el Arsénico, (= Azufre) bajo el cual se encuentra su «esposa» o Mercurio a la que él se une. Es la Piedra Filosofal de los alquimistas, también asociada a la Piedra Negra de la Kaaba. 



En el símbolo masónico, la «Piedra cúbica con punta» es una representación de la Piedra Filosofal (la figura de un hacha de la cúspide representa el jeroglífico del Polo). 



PIEDRA BRUTA



Es la «materia prima» indiferenciada, o el «caos», en la iniciación masónica. Por tanto, identificada con el Aprendiz, simboliza el trabajo espiritual que ha de de realizarse sobre aquél para eliminar sus imperfecciones y destruir parcialmente su individualismo, fundamentalmente por la disciplina del silencio.



PIEDRA DE FUNDACIÓN



Es la «primera piedra» de la construcción, situada en el ángulo NE de la misma. Hay otras tres piedras de fundación ubicadas en los tres ángulos restantes, siendo su orden de colocación angular: SE, SO y NO. Son reflejos del principio dominante del edificio, simbolizado por la piedra angular. La «primera piedra» se asocia a San Pedro.



El primer lugar que ocupa en Logia el masón recién iniciado es precisamente el ángulo NE de la misma. Es allí que se le sitúa con los pies en escuadra y donde se le designa con el nombre de «primera columna», refiriéndose a su «templo espiritual». El ángulo NE del pavimento mosaico se asocia con la virtud cardinal de la templanza. «Esta virtud debe ser de práctica constante en todo masón», dicen las instrucciones del primer grado. Se encuentra en estrecha relación con la guarda del corazón (custodia mentis), o la sobriedad (nepsis), «vía de todas las virtudes y de todos los mandamientos de Dios». 

PIEDRA DE FUNDACIÓN

Situada en el centro de la base del edificio entre las cuatro piedras fundacionales; se encuentra justo debajo de la «piedra angular» formando con ella el eje vertical del edificio. Las relaciones de la «piedra fundamental» con la «piedra angular» están vinculadas con las diferentes «localizaciones» del lûz o «núcleo de inmortalidad». El lugar que ocupa es el punto de caída de la «piedra negra»; la piedra fundamental es por tanto su aspecto terrestre. Su simbolismo general remite a la idea «polar».

PIEDRA ANGULAR

Simboliza el principio dominante del edificio. Al estar situada en el domo de la cúpula que lo corona, tiene una forma especial y única que la diferencia de todas las demás y que hace que los constructores no puedan comprender cuál es su destino. Sólo una categoría de constructores diferente a la de aquéllos, los que han pasado «de la escuadra al compás» (masonería de Arco Real) conoce su función. En alquimia se asimila al éter, así como a la «piedra filosofal». Por su forma, sólo puede ser colocada desde fuera. A veces se representa con forma de diamante.

Se relaciona también con Lapsit exillis, «piedra parlante» (oráculo) y con la Lia Fail o «piedra del destino», piedra de consagración de los antiguos reyes de Irlanda, y más tarde de los de Inglaterra. Luego pasó a ser la piedra setiyah (o ‘fundamental’) colocada en el Templo de Jerusalén debajo del lugar del Arca de la Alianza, marcando el centro del mundo. Esta Piedra debe ser asimilada a la Clave de bóveda del Cosmos completo.

En cierto sentido, puede identificarse con la Palabra perdida que buscan los Maestros al simbolizar la identidad verdadera y secreta del G.A.D.U.

PIEDRA CÚBICA

En Masonería simboliza el cumplimiento de la obra. Es el equivalente a la Sal de los alquimistas, zona neutra en la que se reencuentran y establecen las influencias opuestas que proceden del Azufre y el Mercurio. El paso de la «piedra bruta» a la «piedra cúbica» representa la elaboración que debe sufrir la individualidad para devenir «apta» a servir de «soporte» a la realización iniciática. Es la «obra al blanco» alquímica.

PIEDRA CÚBICA EN PUNTA

Su representación en el plano es la de la Tetraktys y el «cuadrado de cuatro» (ternario superior y cuaternario inferior), figuras ambas por las que juraban los pitagóricos. Herméticamente es la figura de la «Piedra filosofal». Se encuentra en estrecha relación con el símbolo del Polo cuando se completa con un hacha que parece en equilibrio sobre el vértice, pues el hacha se dice ser la figura del Polo.

Las expresiones inglesas Broached Thurnel y Diamond Ashlar aluden posiblemente a este símbolo. Esta es la Piedra del Compañero, pues lleva asociada la idea de una ascensión de la Tierra (cubo) hacia el Cielo (pirámide), es decir, el paso del cuaternario al ternario (Tetraktys). En el grado 30 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado también se encuentra esta piedra, pero cubierta de inscripciones latinas y hebreas.

Extractado de Alexis Hatman, Diccionario Masónico, Barcelona, 2007.